El respeto se define como veneración, acatamiento que se hace a alguien. En este sentido, veneración se refiere a la atención o consideración en sumo grado a alguien por su dignidad.
Ahora bien, mirar con atención o considerar bien la dignidad de un ser humano depende de que haya por ahí algún mínimo reconocimiento de la misma. Por eso decía el noble José Saramago que “lo último que se pierde es la dignidad”.
Por otro lado, la autonomía se define como condición de quien, para ciertas cosas, no depende de nadie. Aquí podemos desvelar una de esas otras cosas para lo que es imposible ser independiente, o sea, dicho reconocimiento a la dignidad humana.
Por tanto, lo anterior es condictio sine qua non para las relaciones humanas, tanto de amistad como, sobre todo, las amorosas.
Sin embargo, la sociedad contemporánea vive ahogada en un sistema económico que antepone la libertad de actuar de cualquier manera, exceptuando las prescritas, para lograr a muy largo plazo esa igualdad que muchos han soñado ver, pero que han querido o pretenden implantar tan prematuramente.
Si se pretende que todos nos encontremos en la misma situación en algún momento del futuro, desaparecerían pues toda identidad, naturaleza y circunstancias para reconocérselas a alguien; quedando simple y llanamente su dignidad. Así pues, digamos que aquí también el perro muerde su cola.
Y que pasa cuando alguien dice: “Si, si, eso esta muy bien, pero el respeto no te da de comer”. Pues eso, que si una persona no es autónoma, no merece respeto y mucho menos queda de aquel mínimo reconocimiento de su dignidad. ¿¡No te jode!?